La médica psiquiatra y psicoanalista Mónica Zac, de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APDEBA), explica: “Nadie indica un psicofármaco porque sí. Primero está la consulta por una situación clínica, después se evalúa y se arma un diagnóstico, y ahí hay que ver cómo se va a abarcar el tratamiento. Hay algunos casos clínicos en los que hay consenso entre los profesionales de medicar al paciente, como en un episodio psicótico, un cuadro depresivo grave o un trastorno de ansiedad con intensa angustia, por ejemplo”. En otros casos, dice la especialista, como los problemas de integración con los pares, dificultad en los vínculos familiares u otros conflictos relacionados con la adolescencia, se puede empezar con un tratamiento psicológico, evaluar la situación y no ser necesaria la medicación.
El tratamiento tiene que ser integral y abordarse también desde la psicoterapia para poder resolver el problema de fondo, como explica el documento “Consumo de Psicofármacos y Género en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires” realizado en 2010 por el Observatorio de Políticas Sociales en Adicciones del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires: “Varios psiquiatras coinciden en que la terapia farmacológica debe ser acompañada, además, de psicoterapia para alcanzar la mejoría del paciente y lograr mayores niveles de adhesión al tratamiento”. En ese texto también se aclara que cuando los pacientes son menores de edad, “la prescripción debe ser trabajada con la familia”, ya que no basta con el solo consentimiento. Sobre la situación específica entre los pacientes juveniles, el estudio enfatiza: “El consumo de tranquilizantes comienza después de los 40 años. Los jóvenes temen el estigma en relación al consumo de psicofármacos prescriptos por un psiquiatra. Prefieren tomarlos por sí solos ante problemas puntuales de la vida diaria que los lleva a dormir mal, a no rendir bien en el trabajo o a afrontar situaciones que les producen pánico”.
Cuando el paciente mejoró, la dosis de la medicación se va graduando para que, poco a poco, la deje. Pero para algunos esta situación resulta desagradable y se resisten. En “Consumo de Psicofármacos y Género en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”, se señala: “Muchas veces los psicofármacos son fáciles de prescribir pero difíciles de retirar, los pacientes no quieren renunciar al efecto placentero, olvidando que les fueron prescriptos con una función terapéutica de alivio de síntomas subjetivos, pero no de transformación de la realidad”. En este sentido, Zac coincide con el documento al afirmar que en general los jóvenes prefieren no tomar nada, aunque aclara que no se puede generalizar, porque existen ambas situaciones: “Puede darse que alguien haga un vínculo adictivo con la medicación. Pero para eso están el psicoterapeuta y el psiquiatra para darse cuenta de qué tipo de vínculo armó con el fármaco y cómo trabajar en caso de ya no ser necesario el psicofármaco”.
Cristina Cari, médica especialista en pediatría y toxicología del Hospital de Clínicas, cuenta que los casos que reciben de adolescentes y jóvenes por abusos e intoxicaciones con medicamentos psiquiátricos, no son de pacientes que toman psicofármacos bajo prescripción médica: “Hay un aumento de estas consultas. Compran los psicofármacos, no sabemos cómo, o los sacan de la medicación de los abuelos o los padres. Pero no sólo eso, agarran lo que encuentran. Lo que vemos es que se puso de moda la mezcla de bebidas alcohólicas con pastillas”.
El suministro de psicofármacos siempre tiene que ser dado por el especialista correspondiente y con responsabilidad profesional. Zac asegura: “El riesgo es que muchas veces no es administrado por el psiquiatra, sino por el clínico o la ginecóloga, por ejemplo. Por eso hay que hacer un buen diagnóstico y analizar cada situación clínica”.
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